Los últimos hombres libres (luchando contra el Leviatán)

Recuerdo cuando era un niño de apenas seis años, allá sobre finales de 1971. A veces entonábamos una rima popular que decía "en el cielo manda Dios, en España manda Franco y en la calle Miraflores manda cualquier arritranco". Si algún mayor nos oía recitar tal expresión, enseguida nos mandaba a callar. Empezamos a asimilar de esta manera que existía una especie de miedo, que aunque ya muy disminuido a esa altura del Régimen, no permitía a la gente expresarse de una forma totalmente libre.

Han pasado muchos años desde entonces y supongo que los niños de hoy en día no tienen esa sensación de vivir en un país donde las palabras pueden ocasionarte problemas. Pero creo que muchas personas de mi generación, o aquellas de mayor edad, en el fondo seguimos teniendo ese temor de enemistarnos con el poder político constituido. El miedo es muy sutil, pero real. Y su consecuencia es la tentación de que cada uno debe ir a lo suyo sin meterse en problemas innecesarios. Mientras se pueda vivir bien no tendríamos necesidad de inmiscuirnos en política, pero si cediésemos a la tentación, renunciaríamos a ser ciudadanos y a ejercer nuestra libertad.

No pretendo ser catastrofista ni caer en la paranoia conspiratoria, pero creo que algo anda mal en nuestra Democracia. No sé si afecta solamente a España o al resto de países de nuestro entorno. El Estado se ha infiltrado tanto en nuestras vidas que muchas veces nos hemos convertido en una especie de súbditos que mendigan las dádivas del poder. Un problema importante de nuestro actual Estado del Bienestar es nuestra dependencia de ese mismo Estado. Acostumbrados a que todo nos sea dado, aceptamos que también muchas cosas nos sean impuestas. Por otra parte, cuando una persona depende del Estado para conseguir un permiso que le permita emprender una acción determinada no puede menos que ser dependiente. Además, en muchas ocasiones el exceso de leyes, al intentar regular los más mínimos aspectos, lleva a la arbitrariedad y a cosas peores. Como decía Tácito: “El exceso de leyes corrompe a la República”.

Y a todo lo anterior añadimos la tiranía de lo políticamente correcto. La imposición de unas ideas que intentan uniformizar el pensamiento tachando de persona extraña o incluso despreciable a quien no se pliega al criterio decidido por un determinado grupo político o social. Esto ocasiona que la sociedad se vaya compartimentando en castas. Están los que fijan lo "correcto", los amigos de los que fijan lo correcto, los que aceptan lo correcto sin pensarlo, los que aceptan lo correcto a pesar de pensar otra cosa y por último, los que no aceptan lo correcto y tiene la valentía de alzar la voz en contra de esa uniformidad que se intenta imponer. Estos que acabamos de mencionar seguramente son los últimos hombres libres, aquellos a los que debemos en última instancia que nuestra democracia, nuestra herida democracia, no termine degenerando para convertirse en un régimen sin libertad. Aquellos que se saben individuos y que cuando se reunen se agrupan como individuos libres. Aquellos que en ocasiones son triturados por el sistema. ¿A qué grupo queremos pertenecer?




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