Una mezquita en la Zona Cero. Respeto y libertad

El anuncio de construcción de una mezquita cerca de la Zona Cero ha causado una gran polémica. Las opiniones están divididas. Por una parte están aquellos que piensan que la construcción constituiría un insulto hacia las victimas del 11 S y por otra, los que consideran que prohibirla sería una violación de la libertad religiosa de los musulmanes.

El asunto es tremendamente delicado, pues junto a lo racional o legal se encuentran los sentimientos de las víctimas y sus familias.

Si las víctimas y sus familiares se sienten insultados por la construcción, quizás los promotores de la misma debería pensar en ello. Se trata de simple respeto. Oír música no es malo ni delictivo, pero si aparcara mi vehículo frente a la puerta de un tanatorio y me pusiera a oír música a todo volumen, no cabe duda que le faltaría el respeto a todas aquellas personas que velan al difunto, y especialmente a sus familiares. No hace falta explicación, cualquier persona sería capaz de entenderlo por simple empatía. Pero, ¿podrían legislarse y aplicarse leyes que tuvieran en cuenta estos sentimientos?

Sin ánimo de hacer ninguna comparación, el anterior párrafo me ha recordado un fragmento de "La rabia y el orgullo" de Oriana Fallaci (espero que nadie se ofenda al transcribirlo a continuación, pues no es esa mi intención):

"Yo no voy a levantar tiendas a La Meca. No voy a cantar padrenuestros y avemarías ante la tumba de Mahoma. Yo no hago pipí en los mármoles de sus mezquitas. Y mucho menos caca. Cuando estoy en aquellos países, (de lo que no saco ningún placer), nunca me olvido de que soy una huésped y una extranjera. Presto mucha atención a no ofenderles con ropa o gestos o actitudes que para mí son normales y para ellos inadmisibles. Los trato con el debido respeto, con la debida cortesía, me disculpo si por descuido o por ignorancia infrinjo alguna norma suya o alguna superstición. Y mientras la imagen de los dos rascacielos destruidos se mezcla con la imagen de los dos Budas asesinados, veo también aquella (no apocalíptica pero, para mí, simbólica) de la gran tienda con la que, hace dos veranos, los musulmanes somalíes (Somalia tiene una gran familiaridad con Bin Laden, ¿recuerdas?) destrozaron y ensuciaron y ultrajaron la plaza del Duomo de Florencia durante más de tres meses. Mi ciudad.

Una tienda levantada para reprobar condenar insultar al gobierno italiano (en aquel tiempo un gobierno de izquierdas) que por una vez tanto titubeaba en renovarles los pasaportes necesarios para pasearse por Europa y traer a Italia las hordas de sus parientes. Madres, padres, abuelos, hermanos, hermanas, tíos, tías, primos, primas, cuñadas embarazadas, y los parientes de los parientes. Una tienda situada cerca del palacio del Arzobispado sobre cuyas aceras alineaban los zapatos o las babuchas que en su país dejan fuera de las mezquitas. Y, junto a los zapatos o las babuchas, las botellas de agua mineral con las cuales se lavaban los pies antes de la oración. Una tienda colocada frente a la catedral de Santa María del Fiore y al lado del Baptisterio, las puertas de oro esculpidas por Ghiberti. Una tienda, en fin, decorada como un apartamento. Sillas, mesitas, chaise-longues, colchones para dormir y para follar, hornillos para cocer la comida, o sea para apestar la plaza con el humo y el mal olor. Y gracias a la habitual blandura de la municipalidad, provista de luz eléctrica. Gracias a una grabadora, enriquecida por los berridos desmañados de un muecín que puntualmente exhortaba a los fieles y ensordecía a los infieles y sofocaba el sonido de las campanas. Junto a todo esto, los amarillos regueros de orina que profanaban los mármoles del Baptisterio y su puerta de oro. (¡Por Dios! ¡Tienen la meada larga estos hijos de Alá! ¿Cómo hacían para alcanzar el objetivo separado de una verja y por tanto a casi dos metros de su aparto urinario?) Junto a los amarillos regueros de orina, el hedor de la mierda que bloqueaba el portón de San Salvatore del Vescovo: la exquisita iglesia románica (siglo IX) que está detrás de la plaza del Duomo y que los hijos de Alá habían convertido en un cagadero. Tú sabes de qué te estoy hablando."

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, la situación va más allá del simple respeto humano. Sin intención de ser descarnado, me siento obligado a usar la razón e intentar ir más allá de los sentimientos. Los detractores de la construcción dicen que la existencia de una mezquita cerca de la zona cero constituiría una afrente para las víctimas. ¿Y por qué una afrenta? Hemos de ser honestos y concluir que se está asociando la execrable acción de aquella matanza de miles de personas con una religión en concreto, la musulmana. ¿Es esta asociación correcta?

El código penal español, en su artículo 578, define la figura del enaltecimiento del terrorismo de la siguiente forma:

"El enaltecimiento o la justificación por cualquier medio de expresión pública o difusión de los delitos comprendidos en los artículos 571 a 577 de este Código [los relacionados con el terrorismo] o de quienes hayan participado en su ejecución, o la realización de actos que entrañen descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas de los delitos terroristas o de sus familiares se castigará con la pena de prisión de uno a dos años. El Juez también podrá acordar en la sentencia, durante el período de tiempo que el mismo señale, alguna o algunas de las prohibiciones previstas en el artículo 57 de este Código."

En base a este artículo, se prohíben actos tales como la colocación de carteles de terroristas en las calles del País Vasco, o reuniones enalteciendo la figura de algunos de ellos. El motivo no es otro que responder a aquellos que pretenden destruir nuestra libertad y nuestras vidas. Muchos pensamos que no todo está permitido en democracia. Existen una serie de principios inviolables que ni siquiera el consenso de la mayoría podría derogar.

Preguntaba antes si la asociación entre la religión musulmana y el ataque a nuestros principios inviolables era correcta. Si no lo fuera, ¿en base a qué podría prohibirse la construcción de la mezquita? Y si lo fuera, ¿acaso no quedaría más remedio que prohibir su construcción, pasando a renglón seguido a prohibir la práctica del Islam en todas nuestras sociedades occidentales? Por muy duro y extremo que pudiera parecer, la lógica nos llevaría a tomar esa decisión.

Por lo tanto, puede que la pregunta sobre si debería permitirse construir una mezquita en la Zona Cero nos lleve a hacernos obligatoriamente la siguiente: ¿deberíamos proscribir la religión musulmana como algo ajeno a nuestra civilización y contraria a nuestros más sagrados e inviolables principios?


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